El miedo del que quisiéramos aquí exponer no es aquella que esté en relación con una amenaza efectiva e inmediata, un miedo que en este caso sería totalmente legítimo y justificado. No, de lo que trataremos aquí es de este miedo que se asienta en nosotros como en un terreno ocupado y que desde entonces nos acompaña y determina gran parte de nuestra existencia y de nuestras elecciones. Es como una enfermedad que envenena gran parte de nuestra existencia. Una de las características de esta enfermedad, que también es un grave obstáculo para su curación, es que se trata de una enfermedad vergonzosa, que realmente no se puede admitir, por lo que hay que ocultarla todo lo posible bajo diversas máscaras.
El miedo conduce a la soledad, que es un gran obstáculo para los vínculos sociales que podríamos forjar con quienes nos rodean, que son diferentes de nosotros, y que podrían ayudarnos a enriquecer nuestra visión del mundo y, por tanto, a fortalecernos.
Pero la diferencia da miedo.
El miedo nos convierte en seres hostiles y desagradables, lo que a su vez confirma nuestra razón temerosa.
Pero, ¿de dónde viene este miedo contemporáneo? Tenemos muchas razones para creer que proviene directamente de la forma de individualismo producida por la ideología neoliberal, la última forma de capitalismo. El deseo de hacer creer a todos y cada cual que es el centro del mundo y que todo es suyo es una profunda decepción, porque en cuanto dejan la infancia y se enfrentan cara a cara con las realidades de este mundo, la mayoría de las personas se van dando cuenta poco a poco de que no tienen nada que ver con él, de que no cuentan para nada y de que el individualismo de los demás se opone directamente a sus propias pretensiones. Sí, ¡hay mucho que temer!
Hemo de señalar que este miedo, esta inseguridad permanente que caracteriza la organización social actual, es sin embargo muy rentable para sus instigadores, pero que el resentimiento que lo acompaña debe ser dirigido. El miedo es maleable a voluntad por quienes lo controlan, y el pensamiento totalitario que emana del neoliberalismo ve como una necesidad canalizarlo designando objetivos o « culpables ». En otros tiempos, hubo la fábrica del « judío », que ahora ha sido sustituida, en su inmensa mayoría, por la fábrica del « moro ». También estaba el « enemigo interior », que ahora parece haber sido sustituido por el « islamo-izquierdista » o la « sandía » roji-verde. Los tiempos cambian, pero lo que no cambia es el uso del miedo por parte de todos los sistemas de dominación y su control remoto hacia algo distinto de su fuente y la posibilidad de escapar de él. Escapar del miedo es ya todo un programa en el que hemos decidido aventurarnos. ¿No consiste acaso en abrir las primeras brechas en la fortaleza del miedo, esa construida dentro de nosotras y nostros mismos? Para quienes pretendemos cambiar el mundo, ¿el primer miedo no sería ese miedo a perder nuestras certezas personales, como identidad constituida, la mayoría de las veces arraigadas en nuestras ideologías? Ese « miedo a la libertad » del que hablaba Érich Fromm. Para diluir esta fortaleza interior invisible, no cabe duda de que sólo el diálogo perseverante y a la escucha de las demás puede superarla, dando lugar a una inteligencia colectiva que se empeñe en trabajar juntas y juntos hacia un horizonte emancipador. Una inteligencia fecunda y generosa por parte de todas y cada una de nosotras, para que, dando la espalda al pánico organizado, podamos contrarrestarlo con prácticas compartidas de ayuda mutua, en un clima de confianza colectiva.
Laisser un commentaire