El Atelier Paysan (Taller Campesino) es una cooperativa que apoya el diseño y la difusión de tecnologías campesinas, inventadas y fabricadas por los propios agricultores.
Resulta sorprendente que esta «pequeña» cooperativa campesina haya sido capaz de crear esta obra que analiza de forma tan detallada y revolucionaria el mundo campesino. Es un libro de una importante carga intelectual y política que merece una lectura en profundidad.
Los problemas se abordan desde la óptica del maquinismo agrícola; sin embargo, los autores han tenido el acierto de abordar igualmente otros «insumos» de la agricultura (semillas, pesticidas, fertilizantes…). De igual modo, ofrecen una visión más amplia de la agricultura en el plano histórico, económico y sociológico.
- Las tesis del libro
- El contenido
- Del camino y del proceso
- ¿Qué pueden aportarnos la ecología social y el comunalismo ?
Las tesis del libro
Una parte nada desdeñable de la población de los países ricos carece de medios para alimentarse adecuadamente. El 70% de los ingresos de los agricultores proviene de subvenciones y la mitad de ellos (el 80% en el caso de los ganaderos) tienen ingresos negativos antes de impuestos y subvenciones. Este panorama desolador refleja un sistema que no funciona en absoluto.
En los últimos cincuenta años han surgido movimientos en defensa de la agricultura campesina, pero el Atelier Paysan se interroga sobre una paradoja: las AMAP (Asociaciones para el Mantenimiento de la Agricultura Campesina) y las ventas directas por parte de los productores siguen prosperando; la cuota de mercado de los productos con sello bio o eco va en aumento; el Atelier Paysan dedica una energía colosal para formar a unas 700 personas al año; en el lapso de 20 años, Terre de Liens, una asociación que se dedica a comprar tierras e instalar a nuevas campesinas y campesinos, ha conseguido adquirir y preservar 223 granjas y 6400 hectáreas… y sin embargo, todos estos avances no han hecho mella (o apenas) en el sistema dominante. La venta de pesticidas ha aumentado un 22% entre 2009 y 2018; el cemento sigue comiendo terreno a las tierras cultivables a un ritmo de 26 m2 por segundo; más de 200 granjas desaparecen cada semana (lo cual Terre de Liens tarda 20 años en compensar).
Las prácticas más interesantes de la agricultura campesina no consiguen propagarse. Aunque el propio complejo agroindustrial se esté colando en estos nichos de mercado de una forma temiblemente eficaz, las prácticas de la agricultura competitiva son las que se siguen extendiendo cual marea negra.
La conclusión aplastante a la que llega el Atelier Paysan es que es preciso cambiar el sistema: sustituir el sistema agroindustrial capitalista por otro basado en una mayor autonomía de los productores agrícolas. Autonomía se opone al término «soberanía alimentaria» por una parte, pero está lejos de la autarquía que algunos defienden, y del individualismo.
El contenido
El manifiesto —término empleado por sus autores— se organiza en cinco capítulos.
1 – La agricultura industrial: un monstruo mecánico que ha arrebatado la tierra al ser humano.
Recorrido histórico de la industrialización de la agricultura, guiada por la obsesión de abaratar los costes de producción y reducir la mano de obra campesina.
2 – Los ingredientes del blindaje.
Análisis de los factores que blindan el modelo agrícola dominante.
3 – El maquinismo agrícola: obstáculos tecnológicos.
Análisis del maquinismo como una de las armas de destrucción masiva del mundo agrícola.
4 – La agricultura campesina, un conjunto de alternativas indispensables pero inofensivas.
En este capítulo se desarrolla la hipótesis de que la existencia de un mercado de productos alternativos, supuestamente libres de las lacras de la producción industrial, también contribuye a la estabilidad del modelo en cuestión. La efervescencia de alternativas es incapaz de subvertir el complejo agroindustrial.
5 – Contra la impotencia: puntos de apoyo para combatir la extinción.
El Atelier Paysan lanza un llamamiento a una repolitización profunda del movimiento en defensa de una agricultura campesina. Es necesario articular la continuidad de prácticas alternativas con un importante trabajo de educación popular y crear relaciones de fuerza en torno a tres líneas: el establecimiento de un precio mínimo para la entrada de productos importados, la socialización de la alimentación (Seguridad Social de la alimentación) y la lucha para una desescalada tecnológica.
Sin nombrarlos —sin duda por desconocimiento— el Atelier Paysan pone de manifiesto un evidente interés por numerosas tesis de la ecología social y del comunalismo. Las tesis que defienden podrían encontrar un sostén teórico en estas propuestas, que a su vez encontrarían en sus prácticas una base y un terreno fértil para desarrollarse.
Del camino y del proceso
Tras este sucinto resumen, no queda lugar a dudas de que en Reprendre la terre aux machines [Recuperando la tierra de las máquinas], el Atelier Paysan, lejos de limitarse a una serie de gestos o elecciones técnicas, ha pretendido sobre todo reflexionar sobre dichos gestos. Y precisamente cuando se despierta el pensamiento, por la voluntad y la acción hacia un horizonte determinado, es cuando este se vuelve fecundo hasta el punto de llegar a superar este horizonte inicial y descubrir otros más lejanos. Ya que, como decía Eduardo Galeano: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar».
¿Y qué hay mejor que una práctica sobre el terreno cuyo objetivo es la reapropiación de la autonomía campesina que, al enfrentarse a los obstáculos, se empecine en comprenderlos para poder vencerlos mejor? Partiendo del corazón de la problemática campesina, con el objetivo de alcanzar su autonomía y tras doce años de prácticas y reflexiones, ha sido cuando han llegado a traspasar las innumerables capas sucesivas que se erigen como obstáculos. Y es que es ese conjunto perverso el que nos ha llevado paulatinamente al callejón sin salida actual de la agroindustria que agudiza el desastre ecológico: la robotización de las actividades que provoca un endeudamiento perpetuo del campesinado, el empeoramiento de la calidad de la comida destinada a los más pobres, etc. De esta forma, sin enterrar la cabeza, partiendo de la crítica de las técnicas alienantes que utiliza y de las abusa el campesinado diariamente, el Atelier Paysan acaba señalando, lógicamente, por encima del maquinismo y del complejo agroindustrial, a la «Máquina, tal y como se nos presenta: una tecnoestructura transnacional» (sic) que es quien dirige a todas la demás. Es lo que Mumford llama la Megamáquina, el capitalismo y su burocracia estatal, capaz de convertir los problemas políticos en problemas técnicos para así desviar mejor la atención y abrir otros mercados, ya sea pintándolos de verde. De ahí se concluye que la autonomía campesina y la autonomía alimentaria resultante solo será posible mediante la autonomía de la sociedad en su conjunto, la única capaz de salvar a la Tierra de la Megamáquina, de deshacerse de esta antes de que nuestro planeta muera y nos arrastre con ella al abismo. Se nos presenta entonces el desafío de ganar esta batalla, lo que implica toda una estrategia, un amplio campo de posibilidades sobre este elemento vital, la tierra firme que nos es común y que sostiene a toda la humanidad, la única capaz de protegerla y cuidarla en su conjunto. ¿Hay algo más apropiado y creativo para los comunalistas que emprender este camino que siempre se ha de retomar y esta andadura que se nos ofrece partiendo de lo concreto ? Mas, ¿qué equipaje, qué herramientas podemos aportar a esta andadura común?
Sin duda, podemos rubricar por completo el balance, incluso el diagnóstico de la catástrofe en curso provocada por el capitalismo, al igual que la afirmación de sus autores de que este combate no es solo político, sino también semántico. De ahí esa preferencia por «autonomía» en lugar de «soberanía», ya que el primero resulta más «subversivo» al estar más vinculado a la democracia, la participación, la reflexión colectiva y a la vida común, mientras que el segundo evoca el poder, la competencia y la superioridad. También optamos por emplear el término «campesinado» para desmarcarse de «explotadores agrícolas», los empresarios. De igual modo, apuntan como aliados a la Confédération Paysanne1 y al Réseau des Semences Paysannes2. Así pues, compartimos también su conclusión de que las alternativas campesinas y aquellas ligadas a los «consum-actores», como las AMAP, son totalmente inofensivas para el complejo agroindustrial ; que esas iniciativas tan solo se aíslan en nichos tolerados, incluso creados por el mercado y las agroindustrias, sin llegar en absoluto a modificar la dinámica obligada de la búsqueda de la valorización del valor. Así, hace más de dos décadas, Bookchin ya afirmaba: «En definitiva, estas empresas “alternativas” se vuelven igual de inorgánicas, impersonales, informatizadas y cínicas que las grandes empresas a las que arañan algo de terreno. Se transforman en vertederos de alimentos biológicos para satisfacer las necesidades terapéuticas de un público cada vez más anónimo e inerte».
Luego, si rascamos bien, puede que encontremos diferencias en el análisis de la naturaleza de la dinámica coercitiva del capitalismo, pero no es ese nuestro objetivo aquí. No porque esas diferencias no sea importantes, sino porque sin un análisis más exhaustivo de la Megamáquina, no seremos capaces de desarrollar las estrategias más adecuadas para hacerle frente y desmontarla. Y dada la urgencia vital actual de salir del atolladero, cualquier paso en falso, por las consecuencias negativas que puede entrañar, nos acercaría aún más al abismo… La historia está repleta de derrotas por culpa de una valoración errónea de las relaciones de fuerza y por falta de una estrategia adecuada que nos abocaron a baños de sangre como el de la Comuna de París o el de la Revolución española. Desde entonces, la desactivación de posibles dinámicas emancipadoras se ha convertido en nuestro pan de cada día : Mayo del 68, la Nuit Debout3, los Indignados y los movimientos municipalistas de España, etc. Esta neutralización mediante maniobras políticas no son fruto del azar sino de la falta de consistencia, de saber hacer político y cultural, y por tanto de preparación a medio y largo plazo. Si queremos evitar estos escollos, hemos de recurrir a un elemento fundamental que a nuestro entender está ausente en cierta medida en este libro: la historia. Nuestra historia, la del pueblo, que no se puede entender más que en un contexto global y con un enfoque geográfico que parece estar también ausente. Por otra parte: «Quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado»… Hoy día, podríamos aplicar al presente aquello de lo que George Orwell ya nos advertía en 1984: «La historia era un palimpsesto, borrado y reescrito tantas veces como fuese necesario. En ningún caso habría sido posible, una vez hecho el cambio, demostrar que había tenido lugar una falsificación».
No es casual que los zapatistas definan su lucha como una rebelión de la memoria contra el olvido. En efecto, en este mundo neoliberal del «presente perpetuo», «el tiempo de la producción, el tiempo-mercancía, es una acumulación infinitiva de intervalos equivalentes».
Para una rebelión contra el olvido, hay que volver a poner la historia en marcha empezando por desincrustarla de la economía política, esa que vive activamente en nosotros bajo la forma de un vector continuo e imparable hacia el «Progreso». Se trata de liberarnos del control de nuestros cuerpos y nuestras almas que ejerce esta economía política, tan omnipresente que no se nombra a sí misma. Tras más de 300 años de una imposición violenta de sus relaciones sociales y gracias a la creciente colonización del común, de nuestra mente y a su «neolengua», el Capitalismo habrá conseguido convencernos de su «normalidad».
Sin embargo, la historia, empezando por la de nuestros antepasados campesinos desposeídos, nos permite cuestionar de forma radical cualquier visión lineal del progreso y comprender la ruptura antropológica que supusieron los cercamientos, ese proceso de división y acaparamiento de campos comunales, praderas, pastos y otras tierras de cultivo en Inglaterra, entre los siglos XIV y XVI alcanzando toda la Europa occidental, junto con las «cazas de brujas»4 (ver Caliban y la bruja de Silvia Federici). A saber, la destrucción de lo comunitario, la desposesión del común y de nuestro medio de producción más vital, la tierra, y por tanto, del acceso directo a la alimentación. Una ruptura antropológica contra la que ha luchado el campesinado con todas sus fuerzas, pero que siempre ha sido vencido con represiones sangrientas llevadas a cabo por el Estado. Un Estado que se apresuró a legislar este robo a mano armada de la burguesía tras vencer al feudalismo y a la nobleza en Inglaterra a partir del siglo XVI con el apoyo de la Iglesia reformada. Un Estado que desde entonces se encarga, entre otros, de gestionar y mantener el nuevo orden social impuesto por la fuerza y de ocultar los antagonismos de clase entre proletariado y patronal, ya sea mediante la zanahoria, pero las más de las veces mediante el palo, un palo mortal. Un proletariado conformado por antiguos campesinos, obligados desde entonces —¡oh, sarcasmo!— a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, produciendo esos alimentos que ahora tienen que comprar.
Luego, ellos y ellas se convertirán en obreros y obreras en fábricas, como piezas y mano de obra de la Maquinaria industrial. Además, el Estado nación será el que busque desarrollar el mercado de sus propias industrias, de las que depende económicamente, en países extranjeros considerados como amplios campos de donde extraer recursos (mano de obra esclava también), donde además podrá comerciar y dar salida a sus mercancías sin parar (y a eso lo llaman desarrollo sostenible). Un desarrollo que se materializa siempre en una guerra, ya sea abierta (colonialismo, golpes de Estado, guerras nacionalistas, civiles, etc.) o larvada (CEE, acuerdos de libre comercio, etc.). De ahí la ilusión continuamente renovada de una de las categorías esenciales el capitalismo: el Estado como herramienta de emancipación o en ocasiones como posible aliado. De esta forma, un sector del movimiento obrero, en concreto la socialdemocracia, desvió las luchas de clases a partir del siglo XVII empleando la economía política urdida por el capitalismo y logró progresivamente llevar la lucha obrera al campo de los partidos para finalmente renunciar a deshacerse del capitalismo para, al fin y a al cabo organizarlo mejor, fordismo mediante. Desde entonces podemos situar a todos los partidos políticos en el vector de la economía política. De esta forma, podremos designarlos con denominaciones que van desde la derecha a la izquierda del capital hacia sus extremos, incluyendo a los ciudadanistas, como una forma de management de la empresa estatal, un intento de gestión colectiva de sus instituciones próxima al pueblo.
Pero, aparte de para comprender mejor el proceso que nos ha llevado a este atolladero actual, no solo por culpa del propio capitalismo camaleónico sino también de sus detractores situados y atrapados en este vector de la economía política, ¿para qué puede servirnos la historia? Pues bien, por contraposición, para situar la acción fuera de las lógicas más sangrantes de la economía política y entrever otras posibles. Aprender del mundo campesino anterior al acaecimiento de esta ruptura antropológica que supuso el desmantelamiento de los comunes, así como de las intentos de restaurarlo o, al menos, de salir del capitalismo y de sus lógicas depredadoras. Es preciso detectar los errores que cometieron estas tentivas emancipadoras, pero también las posibilidades esperanzadoras que casi han conseguido materializarse en el mundo entero, ni sin antes actualizarlas y contextualizarlas.
De lo contrario, sin la baza de un saber máximo compartido, ¿cómo podemos crear un movimiento digno de tal nombre, como aspira el Atelier Paysan al designar su libro como manifiesto? «Este manifiesto pretende ser una contribución a la emergencia de un amplio movimiento popular para la autonomía campesina y alimentaria».
¿Es por esa falta de conocimiento que el Atelier Paysan sigue dudando sobre ciertas cuestiones fundamentales referentes a la estrategia? ¿Es por ello por lo que realmente no se aborda la cuestión estructural y la dinámica que es preciso insuflar a este movimiento que tanto desean, esa capaz de desembocar en conflictividad pero también en alternativas que los movimientos partidarios de la autonomía campesina y de la socialización de la alimentación han de reafirmar para hacer realidad la transformación social?
El Atelier Paysan plantea propuestas que no son diferentes a las nuestras cuando afirma que «Es preciso reconstruir todo un sistema de cooperación. Nada cambiará en la agricultura si no restablecemos antes la capacidad local de producir y reparar herramientas y de darnos apoyo mutuo». Y como nos dice Bookchin: «Más tarde o más temprano, cualquier movimiento a favor de un cambio social radical debe confrontarse a la forma en la que se producen los bienes materiales indispensables para la vida —su comida, su vivienda y su ropa— y a la forma en que se distribuyen estos medios de subsistencia. Mostrar una cortés reticencia respecto a la esfera material de la existencia humana, tildar con desdén a esta esfera de “materialista”, significa mostrarse insensible a las condiciones esenciales de la vida misma». Y más adelante afirman: «Nuestro proyecto de sociedad […] es un proyecto de relocalización de la economía (como citan en otra parte del libro y como la llama también Bookchin: «una economía moral»), un proyecto de comunalización…».
Al igual que nosotros, los comunalistas, el Atelier Paysan dice estar a favor de una estrategia de alianza entre las distintas luchas defensivas frente a los delirios capitalistas así como entre las alternativas para la autonomía, mas queda por determinar cómo coordinar las numerosas iniciativas sociales y, sobre todo, aquellas ligadas con la alimentación mediante estructuras que puedan sobrevivir fuera del vector de la economía política y de los sindicatos subvencionados. Es por ello sin duda que la Confédération Paysanne, a la que citan en varias ocasiones durante los primeros cuatro capítulos —a veces como actor de una radicalización de las reivindicaciones campesinas, y otras de su normalización—, esté ausente en la última parte del libro. También habría que añadir un pero a las «soluciones» tales como la Seguridad Social Alimentaria, puesto que si estas no salen del enfoque que propone Bernard Friot (economista comunista francés que aboga por la intervención del Estado al respecto), quedarán embutidas en el vector de la economía política, presa de los engranajes estatales y, por tanto, abocada al desmantelamiento de la autonomía política y de cualquier otra autonomía posible. Lo mismo se podría decir sobre la creación —sin duda necesaria— de un millón de agricultores durante la próxima década. Aquí se entrevé el fantasma de una tendencia gestora y excesivamente focalizada en la escala nacional. Son este tipo de vacilaciones, así como las tentaciones atrapadas en la negra costumbre de pensar y actuar en el vector capitalista, las que ensombrecen esta obra por otra parte tan luminosa.
¿Qué pueden aportarnos la ecología social y el comunalismo ?
La ecología social
Articulemos todas estas luchas, pero también las alternativas, con la esperanza de crear un movimiento estructurado horizontalmente a partir de lo local. Un local que no esté aislado, sino que, partiendo de los medios y de las necesidades personales, se abra a los otros en lo que se refiere a la comunicación, el apoyo mutuo y la empatía para recuperar el deseo de vivir juntos. Este deseo fundacional, esta alegría de luchar, decidir, producir hombro con hombro, reduciendo las desigualdades y extirpando el veneno de la dominación, es lo que realmente necesitamos. Así como imaginar colectivamente nuestro medio social en consonancia con nuestras necesidades esenciales y con nuestro entorno natural. Pues lo importante es precisamente esa creación colectiva partiendo de las iniciativas de cada uno y cada una de nosotras, la de nuestra propia cultura y de nuestras tradiciones, que se vea enriquecida por las otras, a través de todas las artes y de la festividad. En definitiva, esas actividades que nos hacen seres humanos y que nos han arrebatado y han quedado reducidas de forma miserable y caricaturesca al pobre binomio trabajo/consumo y al individualismo.
En la estela del Atelier Paysan, en sintonía con nuestra visión de la tecnología, habría mucho que añadir sobre lo que nos han robado respecto a nuestras relaciones con el otro, con la materia y con la vida, pero también respecto a la naturaleza de nuestras actividades fagocitadas por el trabajo. Algo que ocurre con los) a oficios tales como herrero, tejedor, zapatero, carpintero, tonelero, panadero, alfarero, etc. (y lo mismo pero en femenino).
Con el surgimiento del capitalismo y la proletarización progresiva del campesinado y el artesanado en las fábricas y en los campos, pasando por los criminales campos de batalla y el hacinamiento en las ciudades, el trabajo ha aniquilado nuestras actividades creativas, las que garantizaban nuestras necesidades materiales cotidianas y daban sentido a nuestras vidas, relacionadas con todas las labores de la comunidad aldeana. Nadie sobraba, ni niños ni ancianos. «De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades». Hoy día, además de la exacerbada especialización y una división del trabajo igualmente inaudita, agudizadas por el progreso tecnológico, hemos llegado a un punto en el que la mitad de la población activa no tiene la menor utilidad para la colectividad humana. Solo sirve para reforzar y mantener el orden establecido de los sectores económicos y alimentar la burocracia normativa. De forma que la mayoría no tiene verdaderos oficios, sino «trabajos de mierda», según la expresión de Graeber. Esta es la consecuencia lógica de la sectorización, la segmentación, la separación y la especialización que imponen las leyes del mercado internacional mediante la competitividad que busca el menor coste de producción y la mejor valorización posible del valor. Y todo ello, no solo en la agricultura (y por extensión en la ganadería) sino también en todos los demás sectores de la economía. Los trabajadores, que quedan reducidos a meras mercancías, imitan estas dinámicas y contribuyen al desarrollo de otros sectores que sirven para paliar sus carencias afectivas, creativas y de tiempo. Así pues, estos trabajadores delegan el lavado de su perro, la entrega de su comida o el cuidado de sus hijos, lo cual se acelera gracias al capitalismo de plataformas tipo Uber o Deliveroo. En cuanto al aspecto social, aunque es cierto que los trabajadores de las fábricas habían recuperado una parte del sentido de comunidad perdida desarrollando una fuerte solidaridad en sus luchas comunes contra la patronal, por culpa de la automatización y de la robotización, esta se va reduciendo cada vez más, sobre todo tras la pandemia que ha anclado a un sinnúmero de trabajadores frente a las pantallas de sus ordenadores. De esta forma, el trabajo se ha vuelto cada vez más especializado y se han erosionado los vínculos sociales. Ya no vivimos juntos, sino en soledades yuxtapuestas acompañadas de un deterioro cada vez mayor de los vínculos sociales y del sentido de lo que hacemos o ya no hacemos. Dos elementos para perder la fe en la vida. De ahí el aumento de suicidios masivos, lo cual no es exclusivo del sector agrícola.
Una pérdida de sentido que podemos volver en contra del capital para originar un movimiento social y político que destruya la Megamáquina, pero que sea también creador y por tanto, prometedor y esperanzador, no solo desde una perspectiva utópica sino también mediante las acciones concretas que nos conducen a esta. Pues es preciso reforzar el embrión de la sociedad que construimos, pero también la capacidad y la alegría de crear en todos y en todas nosotras. Como bien dice el Atelier Paysan: «No habrá un nuevo campesinado del siglo XXI sin un retorno a la artesanía». De igual modo que no podremos iniciar un movimiento comunalista, y por tanto, un proyecto de una nueva sociedad sino aspiramos a que «nadie se vea privado de la posibilidad de elegir lo que come con conocimiento de causa».
Según Theodor W. Adorno, en su obra Mínima Moralia: «La única ternura reside en la más apremiante de las necesidades: que nadie pase jamás hambre». Pero tampoco será posible un movimiento consecuente si no alberga la determinación de auto-educarse, de promover una cultura del diálogo que pueda diluir nuestros egos. Egos devastadores que anidan en un sinfín de personas de grupos sociales, engendrados por los valores del darwinismo social como son la competición, el sexismo, el racismo y el antisemitismo en todas sus variantes y que todos y todas hemos interiorizado. Estos valores, al ser inconscientes, actúan de forma subrepticia como enemigos infiltrados, tal y como ha mostrado el psicoanálisis social de Erich Fromm, entre otros. Otro elemento indispensable para esta convergencia, una especie de aglutinante, será la complicidad de hacer juntos, así como un horizonte común capaz de darnos un sentido: el de salir del mortífero capitalismo basándonos en el acervo del pasado, que servirá para inspirarnos y a la vez para evitar las trampas. Esa es la esencia de la ecología social: tanto el análisis como un horizonte de emancipación, sin olvidar la integración social, partiendo de lo local en su medio natural. Y la propuesta comunalista representa la herramienta política capaz de hacerlo posible.
El comunalismo, como estrategia y propuesta política
La idea fundamental de Bookchin es el fin de la profesionalización del poder político: un poder desacreditado, al servicio del Capital y desconectado de la ciudadanía. De ahí su rechazo a los partidos, a los que consideraba simples máquinas para conquistar el poder. Por eso la democracia no puede ser representativa: el poder no se delega, salvo en un perímetro muy preciso y a condición de que sea revocable y tenga un mandato imperativo. Se trataría de «un movimiento molecular fuertemente arraigado en cada comunidad y en cada barrio». Más allá del municipio, esta interactúa con otras mediante una federación, y a continuación mediante una confederación de municipios, para las que se eligen delegados y delegadas revocables en todo momento, siempre sobre la base de un mandato imperativo. No tienen «carta blanca» para poder actuar a su antojo. Dichos delegados y delegadas tienen un mandato por un tiempo limitado y están obligados a rendir cuentas. Así se evita la especialización profesional y el incumplimiento de la voluntad popular. Es sin duda este proceso hermano al zapatista, con la misma meta de alcanzar el buen vivir, el que determinará nuestra relación armoniosa con el resto del medio natural.
Bookchin apunta: «El buen vivir, sostenido materialmente por “bienes” que son los transmisores del “bien”, es un fin en sí mismo: el fundamento de una nueva personalidad y de una nueva forma de vivir; un aprendizaje continuo para el asociacionismo, la virtud y la decencia; una fuerza de resistencia frente a la corrupción social, moral y psicológica que ejerce el mercado y su egoísmo desaforado […] esta solo puede emerger de la práctica y de la experiencia más que de los preceptos y ejemplos del pasado. Sin embargo, sus artífices pueden inspirarse en cierta medida en las numerosas comunidades supuestamente primitivas donde el acceso a las herramientas y a los recursos se basaba en el principio del usufructo, no en el de la propiedad privada».
Este imaginario, que encontramos en las prácticas y en los objetivos zapatistas, es indispensable para alimentar nuestra esperanza y dar sentido a nuestra aspiración de emancipación. Apuntar a ese objetivo nos dará energía, en primer lugar para reconocernos y después para organizarnos, tejer vínculos creando una sinergia entre nuestras luchas y nuestras alternativas, aceptando la diversidad pero al mismo tiempo buscando salir del capitalismo. Mas, ¿cómo lograrlo?
Por una estrategia comunalista Aquí y Ahora
Conoce al adversario y sobre todo conócete a ti mismo y serás invencible. Sun Tzu, «El arte de la guerra»
Nos encontramos ante un reto de gran envergadura en un momento donde la tecnociencia y lo digital nos confunden, nos ciegan y nos controlan hasta el punto de llegar a aceptar el fatalismo de una destrucción programada por la propia dinámica de este sistema. Para finalmente dar el paso de empezar a prepararse para ganar esta guerra, es vital que se produzca un salto en las conciencias. Es preciso comprender desde el principio que no puede surgir ni desarrollarse ningún movimiento que pretenda ser revolucionario volviendo a la espalda a su pasado. Un proverbio africano dice : «Si no sabes dónde ir, mira hacia atrás». Esta humildad nos da una idea de lo que podemos aprender de la revolución española, del desarrollo de este movimiento libertario y su inigualable fuerza, pues se nutría de una dialéctica entre tres elementos indisociables: práctica, teoría y sueño. Toda una estrategia elaborada no por intelectuales afamados sino por una inteligencia colectiva que se desarrolló emocionalmente al calor de la acción, en las luchas colectivas y en la construcción de alternativas, con la estrecha complicidad de un objetivo común: el comunismo libertario.
Otro elemento importante para un movimiento constituido que pretenda actuar aquí y ahora y que debería tomar de nuestros antepasados españoles, es no esperar a que estalle una revolución para arrancar. Es preciso sin más demora construir instituciones flexibles pero sólidas que serían el embrión del mundo futuro. A saber, una sociedad paralela con instituciones propias en tensión con las del Estado, que en realidad ya existe. Este hecho histórico es el que nutre la propuesta política fundamental del comunalismo de Murray Bookchin que determinará la esencia misma de la estrategia comunalista: «La tensión entre las confederaciones y el Estado ha de ser clara e inequívoca […] el municipalismo libertario surge en la lucha contra el Estado, se ve reforzado e incluso definido por esta oposición». Y esto, hasta llegar a una relación de fuerzas que nos sea favorable.
En nuestro contexto geopolítico actual, la cuestión política y social es indisociable con la de la ecología. Se afirma en los márgenes, a través de prácticas, en territorios reducidos, en los municipios y allí donde haya grupos humanos que busquen recuperar el control de sus vidas (vivienda, agricultura campesina, sanidad, producción energética y de bienes esenciales, vida artística, etc.). Ningún proyecto alternativo conseguirá realmente tener éxito si no se desarrolla un movimiento que aúne tanto las luchas contra cualquier tipo de dominación y en pro de la dignidad, como las alternativas concretas que pretendan conscientemente salir de los márgenes del capitalismo. Por lo tanto, es preciso multiplicar los intercambios entre estos espacios, crear vínculos de solidaridad, anclarlos en y entre los pueblos, las provincias y también a escala internacional. Dotadas de esta cultura y práctica comunalista, las numerosas experiencias en curso sobre pedagogía social, enseñanza alternativa, educación popular, viviendas o lugares compartidos, producciones autogestionadas, granjas colectivas, luchas antipatriarcales, luchas feministas, luchas contra la digitalización, solidaridad activa con las personas migrantes y las ZAD5 pueden contribuir a enriquecer esta dinámica política que, partiendo de lo local, han de federarse en un territorio y confederarse a un nivel superior.
Una serie de acontecimientos recientes que nos proporcionan elementos fundamentales para elaborar una estrategia concreta y adecuada. El primero es sin duda la pandemia, que supuso que un gran número de personas sufriéramos de manera palpable y directa una dependencia respecto a una gran distribución subyugada al mercado internacional para poder alimentarnos y obtener los cuidados necesarios. Esta prueba flagrante de nuestra falta de autonomía alimentaria hizo que muchas personas lo vieran claro. Más cerca de aquí y en la misma linea, Les Soulèvement de la Terre6 nos han mostrado el camino: se trata de un movimiento que ha mostrado una férrea determinación en denunciar el acaparamiento de agua por parte del sector agroindustrial y para movilizar fuerzas que ha logrado varias victorias. Aún más cerca, los agricultores movilizados de toda Europa denuncian la aceleración de la globalización del mercado agrícola por los acuerdos de libre comercio, en concreto Mercosur, que sacrifica a los pequeños agricultores y nos priva de cualquier autonomía alimentaria. Llegamos a un punto en el que culmina el proceso iniciado con los cercamientos, a saber, la desaparición de nuestro campesinado, tanto en el Norte como en el Sur, convirtiendo la tierra en un mundo/fábrica «energívoro» y contaminante. Esta toma de conciencia de estar a la merced de esta maquinaria cada vez más frágil en lo que respecta a los recursos alimentarios, muestra el camino donde hemos de converger tanto las personas en lucha como las que crean alternativas.
Partiendo de estos movimientos sociales, no queremos delegar nuestro poder político sino tomarlo directamente con nuestras asambleas populares y decisorias. Y como propone el Atelier Paysan en la última parte de Reprendre la terre aux machines: «Estas luchas así como nuestras acciones en el terreno han de servirnos para experimentar y luego para imponer nuevas formas de instituciones a medida que se destituyen las antiguas». Este es el proceso que debe implicar a todos los colectivos de las ciudades y los campos en lucha contra la dominación y contra el capitalismo para crear y anclar nuestras propias auto-instituciones comunales en tensión con las del Estado. El mundo de mañana se construye hoy. En estas asambleas, con la complicidad de la reflexión y de actuar juntos y juntas por un nuevo mundo, con ayuda de la empatía, podremos determinar nuestras necesidades alimentarias reales, pensando en las personas más desfavorecidas y en estrecha colaboración y con la participación de los pequeños agricultores, afín de repoblar las zonas rurales que han perdido a sus habitantes. Se trata de una creación común de lo político7 como un fuerte vínculo dentro de nuestra diversidad e integrada en el medio natural. Pero también un proceso consciente y voluntario hacia una salida definitiva del capitalismo y en pro de una ecología social. Actualmente, y habida cuenta de las movilizaciones vitales que nos conciernen a todos, es necesario encauzar nuestra estrategia en esa vía que consiste en reconquistar la autonomía alimentaria, una aliada indispensable de la autonomía política.
¿De qué fuerzas disponemos, no en potencia sino efectivamente? Hemos de admitir sin lugar a dudas que la relación de fuerzas está lejos de sernos favorable por falta de adhesión a nuestras propuestas pero sobre todo por falta de organización. Ahí está el quid de la cuestión. Es por ello por lo que en primer lugar hemos de paliar esa falta de estrategia. Por tanto, si conseguimos poner en marcha esa dinámica habremos dado el primer paso, sin duda el más difícil. Está en nuestras manos desarrollar esa inteligencia colectiva mediante un diálogo continuo y decidido en crear un movimiento emancipador federador y esperanzador, a escala local, regional y de ahí hacia arriba. Esto es lo que, de forma sucinta, la ecología social puede aportar a esta voluntad del Atelier Paysan de recuperar la autonomía campesina y alimentaria pero también la autonomía política, siendo ambas inseparables.
Recientemente creamos la asociación Adventice y el Atelier pour un écologie sociale et le communalisme (Taller para la ecología social y el comunalismo). Tendámonos pues la mano ambos talleres…
Traducido por Cristina Fernández Orellana
Notas :
- Desde 1987, la Confédération paysanne (Confederación Campesina) es un actor importante del movimiento sindical agrario francés, que promueve los valores de solidaridad y reparto. El proyecto de agricultura campesina que defiende desde su creación es coherente y global. ↩︎
- Le Réseau Semences Paysannes (Red de Semillas Campesinas) lidera un movimiento de colectivos arraigados en las regiones que renuevan, difunden y defienden las semillas campesinas, así como el saber hacer y los conocimientos asociados. Estos colectivos están inventando nuevos sistemas de semillas, fuente de biodiversidad cultivada y de autonomía, frente al monopolio de la industria sobre las semillas y sus OMG patentados. ↩︎
- Nuit debout («Noche en Pie» en francés) es un movimiento social francés surgido en la Plaza de la República de París el 31 de marzo de 2016 como parte del movimiento contra la Ley del Trabajo —loi travail—, y extendido a otras ciudades francesas. Este movimiento, informal y «sin etiquetas», se propone construir una «convergencia de las luchas». Organizado en comisiones (coordinación, logística, recepción y serenidad, comunicación, etc.), la toma de decisió se hace por consenso en asambleas generales. ↩︎
- Ver Calibán y la bruja de Silvia Federici. ↩︎
- Las ZAD, zones à défendre (zonas a defender) son territorios okupados para impedir la realización de algún megaproyecto (para el gobierno son zones d’aménagement différé, zonas de desarrollo diferido). ↩︎
- Les Soulèvements de la Terre (Los Levantamientos de la Tierra) es un colectivo ecologista radical francés. Fundado en enero de 2021, el movimiento se opone al acaparamiento de tierras y lucha contra determinados proyectos de desarrollo, como los « megaembalses», las autopistas y el enlace ferroviario de alta velocidad Lyon-Turín. ↩︎
- Nunca se defiende lo que no se ama. Además del vínculo de confianza, e incluso una colaboración directa a través del apoyo mutuo, esta práctica es en sí misma una escuela de vida, de un fuerte desarrollo de empatía y de inmersión en el medio natural mediante una aprehensión sensorial de nuestro vínculo con la naturaleza y del placer de formar parte de ella y colaborar con ella. ↩︎
[…] Reflexión sobre « Recuperando la tierra de las máquinas » del Atelier Paysan […]