La pregunta me parece ser: ¿por qué se ha vuelto tan difícil debatir?
Es bastante obvio que dentro de cualquier grupo, y dada la complejidad de las realidades a las que nos enfrentamos, sólo pueden surgir varios puntos de divergencia o incluso pueden existir enfoques y análisis previos muy diferentes que apunten a objetivos bastante similares.
Cómo podría ser de otra manera sin caer en un consenso blando que sólo taparía el vacío. De ahí la necesidad de un debate abierto y permanente que revele francamente estos puntos de divergencia y permita superarlos. Esto es lo que podemos llamar democracia; que debería permitir a todos ocupar su lugar en lo Común y aportar su contribución. Cuando hablamos de comunalismo, esto debería parecer incluso obvio y un requisito previo.
Sin embargo, está claro que esto está lejos de ser así y es más que legítimo preguntarse al respecto. Entonces, ¿qué se interpone en el camino del debate y del diálogo animado?
Me parece que más allá de las particularidades propias de cada persona, lo que falta aquí y como en todas partes, es el deseo.
La sociedad comercial ha buscado constantemente reducir el deseo a necesidad, una necesidad que se supone puede satisfacerse mediante la adquisición de cualquier objeto, mediante su valor de mercado, mediante su consumo. Lo que diferencia fundamentalmente la necesidad del deseo es que se abstrae del sujeto vivo. El deseo es utopía en el sentido de que no apunta a un objeto particular sino a un estado diferente, un devenir diferente, una promesa, una superación. Probablemente sea lo que más caracteriza a nuestra humanidad. La necesidad es, por el contrario, un paso hacia una serie de renuncias que supuestamente ponen fin al deseo. También podemos asociar las nociones de comodidad y seguridad. Y luego se fabrica la necesidad, y esto es bueno para el sistema capitalista, en todos los sentidos de la palabra.
Más allá de estas consideraciones que fácilmente podemos considerar abstractas o viles materiales, la pregunta que queda es: ¿Qué hemos hecho con nuestro deseo? De nuestra aspiración a algo más que no puede reducirse a una necesidad.
Sólo el deseo es revolucionario, pero ¿qué se esconde detrás de nuestras renuncias, detrás de esta atrofia de nuestro ser profundo?
¿Cómo podemos imaginar un derrocamiento del calamitoso sistema social actual sin una tormenta de deseo capaz de barrerlo? En este sentido, me parece que uno de los principales objetivos de una ecología social coherente es trabajar para despertar este deseo en todos, empezando por uno mismo.
“Lo que se ha transformado en conciencia ya no pertenece a las potencias enemigas”.