Traducido del francés por Camino Villanueva.
“Allí donde la propiedad está suficientemente protegida, sería más fácil vivir sin dinero que sin pobres, pues ¿quién, si estos no existiesen, ejecutaría los trabajos?”
“Es necesario que un gran número de ellos sea ignorante y pobre.”
Bernard de Mandeville (1670-1733), uno de los primeros defensores del liberalismo mercantil, tuvo al menos el mérito de revelar con claridad y sin hipocresía los fundamentos de esta ideología y de su concepción de la sociedad. En su obra La fábula de las abejas, publicada por primera vez en 1705, Mandeville esboza esta visión de la humanidad guiada principalmente por la codicia, el engaño y el egoísmo. Quienes fueran más hábiles y competentes en estos ámbitos conformarían una clase privilegiada que viviría a expensas de la población en general, sin otra función ni utilidad que servirles. Este aventado precursor elaboró también la teoría del derrame, que establecía que algo de la riqueza de las clases altas alcanzaría a las clases bajas. Cierto apóstol francés de esta teoría y del neoliberalismo contemporáneo la ha vuelto a sacar a colación recientemente, pero sin convencer a mucha gente.
Este libro creó escándalo cuando apareció en Londres, entonces capital del pujante capitalismo, porque la clase a la que elogiaba se vio totalmente sorprendida por esta inesperada sinceridad y la calificó incluso de lamentable. Sin embargo, sentó precedente e inspiró a teóricos tan destacados del liberalismo como Adam Smith, Friedrich Hayek e incluso Keynes.
Marx también lo utilizó como fuente en El Capital, en el que lo menciona varias veces.
Cabe señalar que Mandeville no concebía la existencia de su “liberalismo” sin la complicidad del poder soberano del Estado, condición indispensable para proteger la propiedad. También en esto fue menos hipócrita que sus sucesores respecto a la ideología de la economía de mercado, término que quienes la impulsan prefieren utilizar ahora por ser más neutro y menos desasosegante.
