Debido a los retos a los que nos enfrentamos, en el Atelier somos más bien serios, dado que los tiempos presentes poco se prestan para bromas. Y sin embargo, no podemos prescindir del humor. Un humor que a veces puede teñirse de negro, en el sentido en que lo definió en su día André
Breton (en Antología del humor negro), pero que es absolutamente imprescindible para no caer en la desesperación o, peor aún, en la ideología.
Y el humor, a su manera, es un arma tan buena como cualquier otra, y si se utiliza con cierta sutileza, también invita a mirar las cosas con inteligencia. En el ejercicio de intentar comprender la realidad, y sobre todo en una época tan confusa como la nuestra, a menudo es necesario tomar distancia; el humor nos da la oportunidad de hacerlo al tiempo que, esperemos, nos preserva de cierta pedantería que lastran muchos análisis críticos. Dicho esto, nuestro humor no puede gustar a
todo el mundo, y desde luego no es ése su propósito; como tampoco lo son muchos de nuestros comentarios y objetivos. Lo cual no debería sorprender a nadie.
Sin embargo, gracias a los espacios otorgados a la risa también se puede medir el grado de libertad.