La dominación masculina es a la vez visible e invisible. Es una forma de violencia que forma un sistema y moldea las relaciones de género de las que nadie escapa. Pero ante todo, importa señalar que la adquisición y persistencia de esta estructura psíquica particular sigue siendo en gran medida inconsciente. Puede compararse a la visión adquirida por el individuo de un determinado orden de cosas que considera pertinente y legítimo. Es a la vez un sistema y una construcción social, que requiere una estructura psíquica que nos condiciona para reforzarla y perpetuarla. Los propios hombres, como dominadores, son prisioneros de esta dominación. La historia se incorpora, se naturaliza y, como tal, se olvida.
Si bien la visión patriarcal de la estructura social tiene su origen en la percepción de la noción de familia, sería simplista limitarla a la figura del padre. Es la proyección de un ideal familiar estructurante y fantaseado, y por tanto sigue siendo una forma de neurosis.
En la actualidad, la visión patriarcal de las relaciones humanas va mucho más allá de la cuestión de género. Otra de las características de esta visión particular es que identifica todo lo que se sale de su orden de cosas como la expresión de una forma de desorden que sólo puede perturbar la esperada serenidad social; un desorden cuya desaparición se convierte entonces en deseable.
El razonamiento reaccionario e incluso fascista no tiene otro origen.
La visión social patriarcal no puede concebir verdaderamente una horizontalidad de las relaciones humanas, ya que sigue siendo fundamentalmente jerárquica, aunque a veces intente ocultar esta característica. La novela familiar sólo puede oponerse a lo común de una sociedad igualitaria, ya que la construcción patriarcal se basa ante todo en la confiscación de los recursos que constituirán el poderío y, por tanto, la continuidad de la familia. En nombre de la familia, como en otros fenómenos identitarios, el egoísmo más plano y sórdido encontrará su legitimidad; a veces incluso a costa de aquellos miembros de la familia que se muestren reticentes a este orden.
Por eso no es de extrañar que la mentalidad patriarcal sea uno de los pilares del capitalismo y del Estado-nación, demostrando su profundo parentesco.
La forma de alienación social que caracteriza a la mentalidad patriarcal tiene raíces profundas que no pueden descartarse sin más. Sin embargo, es una de las principales causas del inmovilismo histórico en el que nos encontramos. Por eso es esencial no detenerse en las apariencias cuando se trata de mentalidad patriarcal; como, por ejemplo, el intentar reducirla tontamente a una oposición entre mujeres y hombres y a un feminismo primitivo que no nos llevará a ninguna parte.
Como ya lo dijo Emma Goldman, una feminista verdaderamente vanguardista, no basta con liberarse de las dominaciones externas sin prestar atención también a las dominaciones internas. Y es cierto que estas dominaciones internas campan a sus anchas.
El patriarcado persiste y se mantiene porque nuestra cultura nos lleva a conformarnos con él en nombre de la normalidad, y nos anima a consentir activamente las relaciones así reiteradas cada día y en todas partes del mundo. Si el patriarcado persiste, es porque nos conviene psicológicamente hablando y, en cierto modo, nos tranquiliza.
Erradicar la mentalidad patriarcal de nuestras mentes, superarla, requiere innegablemente valor y un cambio profundo en nuestras relaciones de todo tipo y en ciertos reflejos adquiridos de los que aún somos demasiado poco conscientes.
Y, sin embargo, es una condición esencial si queremos ser capaces de mirar hacia un futuro que no sea abrumador. Porque con el patriarcado queda imposibilitado el enfoque relacional original de la humanidad, cuyo modelo psicológico es el amor a los demás y a los seres vivos en general. El patriacado es fundamental para mantener la producción y reproducción de relaciones jerárquicas de dominación y la competitividad en el capitalismo por la búsqueda forzada de la valororización del valor que a su vez sustenta esas jerarquías. Murray Bookchin así lo resumió al decir que «[…] los problemas ecológicos esenciales ahondan sus raíces en los problemas de la sociedad, problemas que se remontan a los orígenes mismos de la cultura patricéntrica».
Esta constatación es de una importancia insospechada, porque si bien el patriarcado es efectivamente la piedra angular en la construcción de las dominaciones piramidales y guerreras que dieron origen al capitalismo, es también uno de sus puntos sensibles, uno de los desencadenantes potenciales de su derrumbe.