¿Qué es la Ecología Social?

Una presentación

Murray Bookchin, nació en 1921 en Estados Unidos, se involucra en la lucha de clases a una edad muy temprana, primero como sindicalista y después en apoyo de los derechos civiles y el feminismo. A partir de los años 50, lucha y se implica en el desarrollo de un movimiento ecologista radical, señalando con el dedo al capitalismo y su lógica intrinseca de crecer o morir. A lo largo de este largo recorrido, en un periodo crucial del capitalismo en crisis y mutación, fue sentando las bases de la ecología social y de su correspondiente propuesta política: el comunalismo. Murió en 2006, habiendo influido en el pensamiento de los kurdos, que le rindieron homenaje en su intento de establecer el Confederalismo Democrático en Rojava, inspirado en el comunalismo.

La ecología social que nos legó Bookchin, y en base a la cual trabajaremos en este taller, tiene dos aspectos fundamentales y complementarios, sin los cuales cualquier propuesta política quedaría tambaleante. Porque antes de actuar, confrontar, crear y construir, no hay nada como conocer a fondo el entorno en el que nos desenvolvemos. Empezando por comprender cómo y hasta qué límite las sociedades humanas han podido degenerar hasta el punto suicida de destruir el entorno natural que les dio la vida, tras milenios de interacciones mutuamente favorables.

Disputar a un sistema (capitalista) semejante sus valores, tratar de asustarlo con las consecuencias del crecimiento, equivale a reprocharle lo que constituye su propio metabolismo”. Para la ecología social, el desastre ecológico actual se alimenta de las relaciones sociales establecidas en las sociedades estatales modernas, que a su vez están enraizadas en la dinámica histórica de la dominación del hombre por el hombre, empezando por el patriarcado. Así pues, “Ninguno de los problemas ecológicos a los que nos enfrentamos podrá resolverse sin un profundo cambio social”, aboliendo toda forma de jerarquía de poder.

El segundo aspecto de la ecología social, su naturalismo dialéctico, nos permite redescubrir el hilo conductor de nuestro proceso evolutivo como sociedades humanas basadas en el apoyo mutuo. La sociedad se define como una segunda naturaleza, nacida de la primera naturaleza: nuestro entorno natural. Así, “la naturaleza es un requisito previo para el desarrollo de la sociedad”… “la historia humana nunca podrá deshacerse de la naturaleza ni desligarse de ella”.

La ecología social, lejos de atrincherarse en una totalidad negativa e igualmente cuidadosa de no proponer una totalidad positiva, permite sin embargo desencadenar un proceso de ruptura con la fatalidad imperante. Así pues, con toda coherencia el comunalismo sigue siendo una de las raras propuestas capaces de superar la aporía del pensamiento capitalista dominante, que se ha quedado sin posibles, no sólo en el discurso de los que detienen el poder, sino también en el de sus oponentes. Hasta el extremo en que There is no alternative parece haber colonizado la vida cotidiana, incluso en nuestro lenguaje.

Inspirado en experiencias revolucionarias pasadas y presentes, aquí y en otros lugares, el proyecto comunalista, alimentado por la ecología social, aspira alto. Se trata de romper el círculo de lo imposible para evitar lo impensable, que es deshacerse del capitalismo y de la dominación. Es recurriendo al espíritu de la utopía como el comunalismo puede, gracias al principio de esperanza, concebirse a sí mismo como una democracia radical y así, contrarrestar eficazmente la entropía que la amenaza constantemente. Desechando los mitos del Grand Soir y del sálvese quien pueda, este proyecto revolucionario y ecologista aspira a reconfigurar la sociedad aquí y ahora, en la vida cotidiana, de abajo arriba, mediante la democracia directa, comuna por comuna, descentralizadas, integradas en sus hábitats naturales, federadas regionalmente y confederadas mundialmente. Según Bookchin: “Esta radicalización…. es el único medio de que dispone el movimiento municipalista libertario para desarrollar un poder paralelo dirigido contra el Estado.[…] para sustituirlo por una sociedad comunista libertaria”. En otras palabras, un retorno a la gestión humana de los asuntos públicos y a la toma de decisiones colectiva basada en las comunas.

Pero, ¿cómo romper el círculo de la alienación, el del pensamiento neutralizado? El círculo de la asfixia que nos mantiene incapaces de establecer un diálogo y que nos permita diferir verdaderamente. La proliferación de identidades no hace sino confirmar la homogeneización de un mundo, que para darles una consistencia superficial, las jerarquiza con el fin de hacerlas más competitivas entre ellas. Entonces, cómo juegan las limitaciones y el formato impuestos por este tipo de organización social en las mentalidades y sus comportamientos, distorsionando su propia naturaleza, hasta afectar el corazón mismo de la subjetividad: este será uno de los principales focos de nuestra investigación.

La cuestión no es baladí y nos muestra hasta qué punto es inmensa la tarea que tenemos por delante para empezar a abrirnos a la creación de una inteligencia colectiva, la única capaz de sacarnos de este callejón sin salida, al tiempo que elaboramos una estrategia coherente para un movimiento comunalista que deberá ser igual de coherente.


Para comprender el concepto de Ecología Social, debemos referirnos, por supuesto, a las obras de Murray Bookchin, entre ellas «LA ECOLOGÍA DE LA LIBERTAD?», publicada por Capitán Swing Libros, «L’Écologie sociale. También está «Rehacer la sociedad: Senderos hacia un futuro verde», cuya reseña se publicó en este sitio.

4 comentarios

  1. Hola a tod@s,

    A mi modo de ver, el problema es más profundo que el mero capitalismo. Creo que hay que atender a qué fue lo que facilitó su emergencia y continuidad. De no hacerlo así corremos el riesgo de sustituir el capitalismo por otra cosa, idealmente comunalista, que no repare o que no atienda a los aspectos físicos y biológicos, además de los sociales, que son ya muy distintos de los de hace solo cincuenta años.

    Con todo el respeto que le tengo a Murray Bookchin, no estoy seguro de que sea la mejor referencia para los tiempos actuales. Bookchin vivió en los años sesenta, y asumió el optimismo tecnológico e industrial de la época. Fue un productivista que contemplaba la naturaleza de una forma instrumental y dualista (stewardship), motivo principal por el cual deseaba conservarla.

    Pero ahora sabemos que el exceso de producción ha sido tan desmesurado que lo que habría que hacer, en comunidad, es precisamente dejar atrás, combatir, precisamente la sociedad industrial, cualquiera que sea el orden social en que esté inserta. Y restaurar los ecosistemas, si es que eso fuera todavía posible en las nuevas condiciones climáticas. Solo por ahí hay un posible camino de mantenimiento de nuestra especie. Puestos a rescatar clásicos, creo que es en Kropotkin donde encontraríamos la ética comunalista más funcional a este objetivo, si realmente aspiramos a él y convenimos que sea la primera prioridad. Tal vez Gustav Landauer pueda también asistirnos.

    Sin embargo, el entorno energético, climático y ecológico actual es tan distinto al de los últimos 10.000 años – y además muy dinámico en lugar de estático o de evolución lenta – que, necesariamente, habrá que idear nuevas filosofías morales y políticas para poder transitarlo con una mínima probabilidad de éxito. Desde luego, la ecología social es un punto de partida, pero a mi entender debe ser examinado un poco más críticamente y no tomarlo como el referente principal.

    En cualquier caso, bien actuamos aquí y ahora (Floreal) para promover esos nuevos comunalismos, bien acabarán existiendo de todas formas pero mucho más tarde, con una población mundial mucho más reducida, una transición de sufrimiento indecible y una existencia mucho más mísera, envueltos en plásticos y con la sangre envenenada. ¡Como anticipó Bookchin!

    Termino agradeciendo a los promotores de esta web su trabajo y buen hacer. Ahora viene lo más difícil, que es dinamizarla. ¡Mucha suerte!

    Ferran Puig Vilar

    • Hola Ferrán,

      En primer lugar, gracias por tus ánimos y tu interés en esta página abierta al mundo, pero también por las críticas que nos diriges de forma tan abierta y franca. Es una gran ventaja si comparamos a otros que piensan igual pero no se atreven a expresarlo. Sobre todo teniendo en cuenta que tus críticas al pensamiento de Bookchin, quien sentó las bases de la ecología social y del comunalismo, son recurrentes y que el anatema que pesa sobre su nombre afecta a cualquier propuesta que se refiera a él. Estas críticas, expresadas como lo haces, nos dan la oportunidad de profundizar nuestra reflexión, de volver a pensar la ecología social y el comunalismo y de refundarlos ambos, colectivamente.

      En primer lugar, permíteme aclarar que no nos ofende tu afirmación de que Bookchin no es «la mejor referencia para el momento actual», ya que nuestra intención está muy alejada de querer endiosarlo o pretender ser «bookchinianos», etiqueta que rechazamos de plano. Eso sería una ofensa al auténtico pensamiento libre y al propio Bookchin, que se oponía firmemente a que cualquiera se cualificara de bookchiniano. Si nos referimos a él, es porque fue capaz de elaborar una síntesis muy coherente y precoz de numerosas reflexiones sobre temas muy diversos relativos a los problemas sociales y a sus repercusiones directas sobre el medio ambiente en el que se desarrollan. Pero no sólo eso, porque su pensamiento nunca se ha detenido en el análisis de nuestra sociedad actual, que sigue envenenando y «sintetizando al mundo”. Apoyándose en la historia y la antropología, señaló el camino de soluciones emancipadoras. Una emancipación que pretende no sólo liberar a la empatía y la a creatividad humanas reprimidas en lo más íntimo de cada una de nosotras, sino también desarrollar las latentes en la «primera naturaleza» que engendró a la «segunda» (la sociedad), como bien lo desarrolla en su «naturalismo dialéctico».

      Bookchin tiene así el mérito de haber sido uno de los primeros, mucho antes que la inmensa mayoría de los pensadores que se refieren a Marx, en poner claramente de relieve la segunda y última contradicción del capitalismo, como muy pocos lo habían hecho antes. La primera se refiere a la contradicción entre los que se han apoderado de los medios de producción y los desposeídos (lucha de clases). Mientras que esta primera contradicción fue parcialmente superada por el consumismo, el capitalismo nunca podrá superar la segunda debido a su naturaleza estructural dinámica, que le obliga a «crecer o morir». Por supuesto, como bien señalas, el capitalismo no aparece de la nada, tiene antecedentes que lo hicieron nacer y lo siguen alimentando. Así pues, la expresión «capitalismo simple» es un oxímoron porque lejos de minimizarlo, hemos de considerarlo en toda su complejidad dinámica, que potencia todos los elementos de dominación y otras patologías anteriores a su nacimiento, y no hace sino aumentarlos. Bookchin señala con razón y énfasis que los problemas ecológicos son anteriores al capitalismo y tienen su origen en la injusticia social, que a su vez se alimenta de la dominación, empezando por el patriarcado. (Véase la entrevista a Floreal M. Romero realizada por Ballast y publicada en este sitio).

      De hecho, la formulación de «capitalismo simple» que utilizas apunta al núcleo del problema, un tema persistente que gira en torno al hecho de que la percepción actual de lo que es realmente el capitalismo sigue estando profundamente truncada y limitada a sus “estratos de superficie”. Sería fácil darle la vuelta a la cuestión y hablar de «simple industrialismo». La necesaria comprensión de lo que es realmente el capitalismo no puede detenerse en sus efectos «superficiales». La lógica industrial (que precede al capitalismo) y sus efectos devastadores no bastan en absoluto para explicar lo que está ocurriendo. Son sólo uno de los medios utilizados por el capitalismo para asegurar su «crecimiento». Y es fácil comprobar que, en las últimas décadas, muchos países europeos han experimentado una importante desindustrialización interna, externalizando la mayor parte de su extractivismo y de su producción. Y sin embargo, el capitalismo ha seguido extendiendo su dominio y «perfeccionando» sus métodos y su lógica de beneficio concentración y destrucción.

      Es más, posee una característica singular nunca antes alcanzada, la de ser un «sujeto autómata» (Marx), una máquina que funciona por sí misma. No puede prescindir de la valorización del valor, lo que significa que debe «crecer o morir», pase lo que pase, produzca lo que produzca, siendo las guerras lo más rentable. Así es como obliga a toda la sociedad a obedecerle, incluidos el Estado y los capitalistas, aunque estos últimos se lleven la parte del león de forma nauseabunda mientras mucha más gente muere de hambre. Pero tiene otras características menos visibles y más sutiles en las que no pareces reparar porque, como la inmensa mayoría, lo hemos naturalizado por el simple hecho de depender de él para nuestras necesidades básicas, para nuestra supervivencia. Lo que lo hace tan traicionero y peligroso es que es una estructura que ha conseguido invadir nuestra intimidad más profunda e imbuirnos de sus valores de forma emocional y por tanto, inconsciente.

      Por si fuera poco, la maquinaria del capitalismo no puede concebirse en sí misma sin vincularla a lo que le es esencial: su estructura ideológica. Una estructura ideológica que en muchos aspectos es también una religión con vocación totalitaria, para la que cualquier medio es bueno para universalizarse. El elemento central del capitalismo es, por tanto, su visión del mundo, una visión que se ha ido construyendo y «adaptando» constantemente a lo largo de los últimos siglos. Esta visión se encuentra en lo que Marx denominó «economía política», es decir, una forma de organización de la sociedad en la que la política se reduce a la simple gestión de los asuntos económicos y que considera accesorio todo lo demás, ya se trate de la realidad humana o del entorno natural, que, en consecuencia, están llamados a «adaptarse» constantemente a una realidad que les es cada vez más ajena e incluso profundamente perjudicial. La maquinaria capitalista, como todas las religiones, es ciega a todo lo que se opone a su credo. No puede resumirse en la figura de los «malvados especuladores», ni en la de sus propagandistas y portavoces estatales, que no son ellos mismos más que engranajes de esta máquina enloquecida, expresión de una desviación extrema de la «naturaleza humana».

      Vamos ahora a la segunda crítica según la cual “fue un productivista que contemplaba la naturaleza de una forma instrumental y dualista (stewardship), motivo principal por el cual deseaba conservarla.” Dicho de paso recordar que tuvo duras polémicas con aquellos partidarios del conservacionismo y ambientalismo. Al reivindicarse de la ecología y por encima social, rehusaba tajantemente la separación y ese dualismo reivindicado por éstos últimos con un barniz ecologista. Pero dejemos que hable el propio Bookchin al respecto:

      La mentalidad que actualmente organiza la diferencia entre los seres humanos y las demás formas de vida según relaciones jerárquicas de «supremacía» e «inferioridad» dará paso a una perspectiva que tenga en cuenta la diversidad de forma ecológica, es decir, según una ética de la complementariedad 69. El ser humano sigue enraizado en su historia biológica, que podríamos llamar «primera naturaleza», pero produce su propia naturaleza social, típicamente humana, que podríamos llamar «segunda naturaleza».

      El ser humano permanece enraizado en su historia biológica, que podríamos llamar la «primera naturaleza», pero produce su propia naturaleza social, típicamente humana, que podríamos llamar la «segunda naturaleza». La ecología social nos invita a comprender que el mundo natural y el mundo social están unidos por la evolución en una única naturaleza compuesta de dos formas diferenciadas: la primera naturaleza, o naturaleza biótica, y la segunda naturaleza, o naturaleza social. Cabe destacar aquí que la idea de dominación de la naturaleza tiene su origen en la dominación del hombre por el hombre y en la estructuración del mundo natural en una cadena jerárquica de seres…

      Una sociedad que obedece al imperativo de «crecer o morir» en todos los ámbitos está abocada a tener efectos devastadores en la propia naturaleza.

      Aunque se preocupa por la importancia de una nueva perspectiva ética, la ecología social trata de reparar los daños ecológicos que la sociedad dominante ha infligido al mundo natural remontándose a los orígenes tanto estructurales como subjetivos de ideas como la dominación de la primera naturaleza. En otras palabras, se opone al sistema de dominación en su totalidad: su economía, su mal uso de la tecnología, su aparato de gobierno, la degradación de la vida política, la destrucción de las ciudades como centros de desarrollo cultural y, de hecho, todo el arsenal de sus hipocresías morales, las contaminaciones del espíritu humano. (…)

      Y brevemente, respecto a la tecnología, tema que también viene evocado en la entrevista de Ballast:

      No hay una única «tecnología» que exista independientemente de las condiciones y relaciones sociales; hay diferentes tecnologías y diferentes actitudes ante la tecnología; algunas son esenciales para restablecer el equilibrio, (véase la permacultura. nota nuestra) otras contribuyen a destruirlo. Lo que la humanidad necesita no es desechar toda la tecnología avanzada, sino impulsar el desarrollo de una tecnología selectiva que respete los principios ecológicos.”

      Es imposible reducirlo todo en unas pocas líneas, pero es este «desenmascaramiento» lo que nuestro Taller pretende abordar a través de su herramienta «Ecología Social». A partir de este análisis de la forma de organización social del capitalismo y de sus efectos globales suicidas, queremos poner de manifiesto lo que debe ser el Comunalismo como superación radical de este error histórico, como reorientación hacia un futuro humano posible.

      Necesitamos adquirir una mentalidad diferente si queremos salir de la esclerosis y las separaciones que proliferan por doquier. La forma «militante» en la que muchos permanecen atrapados, en sus prácticas y en sus cabezas, está anticuada; no funciona. Por lo que no nos cansaremos en repetir que la “Ecología social” no es una marca patentada, una ideología en sí, algo cerrado y menos aún atrincherado guardando celosamente sus verdades como si de auténticos tesoros se tratara. Al contrario, podríamos citar a cien autores que, en las últimas décadas, se han dedicado a la ecología social sin pretenderlo, pero que todos tienen su lugar en ella, cada uno a su manera. (Véase al respecto las reseñas de libros que vamos introduciendo en esta página web). No queremos convertir a la ecología social en una especialización, el nombre no tiene nada que ver con el «control». Esta debe ocupar su lugar dentro de la totalidad, del mismo modo que esa totalidad es la que debe encontrarse en la ecología social; lo que por otra parte, no nos exime en absoluto el mantener una línea rigurosa, en una búsqueda constante de coherencia; una tarea que nunca llegará a su fin.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.